El sonido irritante de las bocinas de varios autos irrumpe en los oídos de Vanesa Gómez, una joven repostera de los mejores panqueques con dulce de leche de la ciudad de Rosario en Argentina. El congestionamiento vehicular en la zona de parqueo del aeropuerto Jorge Chávez desespera a Vanesa Gómez, quien debe abordar su avión en menos de una hora.
El ambiente está cargado de ansiedad y las personas no paran de quejarse. “¿Puedo bajarme aquí?”, dice una señora, con un tono cansado. Los taxistas muestran gestos de aburrimiento, ya llevan quince minutos esperando. “Siempre es así en este lugar. Hay que tener paciencia nomás”, dice un taxista, con un tono de desgano. Estos son signos del caos que se vive en la zona de parqueo.
Los visitantes angustiados, los taxistas aburridos, la fila larga, el lugar estrecho y el sonido frustrante de las manecillas del reloj crean un clima tenso y frustrante para todas las personas que se encuentran varadas en la zona de parqueo. “¿Ahora qué hago?”, se dice Vanesa a sí misma, con un tono de resignación e impotencia. Esta es la situación de muchas personas en varios momentos del día.
Al mismo tiempo y dentro de ese ambiente caótico que emana la zona de parqueo, aparece un auto azul a toda velocidad, el cual es manejado por un señor bastante mayor. De repente, se escucha un fuerte sonido retumbante: es un choque. El carro azul había abollado la parte trasera de otro auto, el cual se encuentra muy cerca del taxi de Vanesa.
La falta de tiempo y la preocupación de perder su vuelo, generan que la joven se baje del taxi que había tomado en la puerta del hotel Plaza del Bosque (San Isidro), en donde se hospedaba. La chica corre, corre, corre, en medio del barullo de los carros. “Cuidado señorita”, le dice un joven de seguridad. Vanesa sigue corriendo. Ella solo quiere estar sentada en el asiento de su avión.
La falta de tiempo y la preocupación de perder su vuelo, generan que la joven se baje del taxi que había tomado en la puerta del hotel Plaza del Bosque (San Isidro), en donde se hospedaba. La chica corre, corre, corre, en medio del barullo de los carros. “Cuidado señorita”, le dice un joven de seguridad. Vanesa sigue corriendo. Ella solo quiere estar sentada en el asiento de su avión.
Apenas llega a la zona de vuelos internacionales procede a buscar los módulos de chequeo de la aerolínea LAN, en donde debe pesar su equipaje. No lo piensa dos veces y le pide a un señor, el cual se encuentra en la parte delantera de la fila, que le seda su lugar, explicándole la situación en la que se encuentra. El señor acepta y la gente empieza a quejarse. “¿Por qué te metes?”, le dice una señora, con tono molesto. Vanesa deja atrás el momento ocurrido y se dirige hacia la zona de embarque.
Mientras avanza en el camino, la joven se da cuenta de que hay una sola fila para vuelos nacionales e internacionales en la zona de embarque, lo cual es una muestra más de la falta de organización que existe en el aeropuerto Jorge Chávez. Adultos, jóvenes y niños esperan su turno para ingresar. “Estoy cansado”, le dice un niño pequeño a su papá. La única solución en ese momento es esperar.
El reloj le ofrece a la joven una pequeña esperanza de que todavía es posible abordar su avión. ¡Quedan veinte minutos!, se dice Vanesa a sí misma. La joven camina, camina, camina, lo más rápido que puede. Sin darse cuenta, ya está en el carro, el cual la lleva al lugar donde se encuentra su avión.
Por fin, Vanesa puede abordar su avión. La joven busca su asiento, pero no lo encuentra. Sin embargo, una aeromoza la ayuda y la ubica junto a una niña. Cansada por todo el trajín que había hecho para lograr su objetivo, se pone sus audífonos y cierra sus ojos. “Después de todo no fue tan malo”, se dice a sí misma.
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