Me llamo Julieta, soy inglesa y tengo once años. Vivo en Canary Wharf y mi casa se encuentra alejada de la ciudad. Me encuentro rodeada de vacas, ovejas y cabras, quienes viven en la granja de mi padre.
El clima generalmente es frío y húmedo; sin embargo, existen días mágicos en los que el sol alumbra el panorama. Estoy muy feliz, porque hoy salió el sol que me recuerda a mi madre y lo mucho que le gustaban los días soleados. Me acerco a mi padre y le digo con tono entusiasta: El cielo despejado, el viento fresco, el césped dócil. Él me observa tiernamente, pero en su mirada se refleja el dolor de saber que mi madre ya no estará nunca más con nosotros. Al mediodía, me dirijo a la feria para hacer unas compras. Estoy caminando y veo algo maravilloso: es una niña pequeña al lado de su madre. Todavía me duele que ella ya no esté junto a mí. Regreso a casa y en el camino veo una sombra. Es un niño que corre, corre, corre. Detrás de él vienen dos hombres que lo están persiguiendo. Me provoca llorar, gritar, correr. Sin embargo, me escondo detrás de un árbol y espero unos minutos. Empiezo a caminar de nuevo y ya no hay nadie. Llego a casa, me siento frente a la mesa, miro los vasos y comienzo a pensar tristemente en todo lo que sucedió. Tengo ganas de llorar porque recuerdo a mi madre. Día a día, noche tras noche, sé que si ella estuviera aquí conmigo me protegería y me ayudaría a volver a ser feliz.
Yo tenía una bella familia y vivía muy feliz. Mi madre era profesora de una escuela primaria, ella era muy amorosa con los niños a los que les enseñaba, nunca estaba seria y siempre llevaba una sonrisa en su rostro. Todas las mañanas le decía: No escuches mis palabras, no aplaques mis caricias. A veces sentía que amaba demasiado a mi madre, pero no entendía porque mis sentimientos eran tan desmesurados hacia ella. Cierto día, mi madre regresaba a casa. Cansada, triste, preocupada, caminaba por la calle. De pronto, se desvaneció y cayó al suelo. Mi madre estaba muerta.
Dejo de pensar en los hechos pasados y voy a buscar a mi padre. Entro al granero: veo a mi padre limpiando el corral de las gallinas. Me detengo por un momento y recuerdo lo afortunada que soy de tener a mi padre conmigo. Lo abrazo, lo beso y le digo lo mucho que lo amo. Él me dice que no tenga miedo, que siempre me protegerá y que me dará su cariño. Salimos del granero, entramos a casa y continuamos con nuestras vidas, llenos de ilusión.
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